lunes, abril 22, 2013

IGNACIO PÉREZ JOFRE

“Supongo que, si tuviese que explicar las razones por las que estoy pintando cuadros de flores, podría decir algunas cosas. 
Por ejemplo: que las flores son un emblema intemporal de la belleza efímera. Simbolizan un momento de brillo, de juventud y frescura, que se ve inevitablemente abocado a la decadencia y la muerte. Al pintarlas en ese estado de esplendor, intento rescatarlas, aunque sea sólo como imagen o memoria, de la desaparición. ¿No es esta una de las funciones primordiales del arte?
O también: que un jarrón con flores es uno de los motivos pictóricos más fuertemente asociados a un gusto ingenuo, el de un espectador no iniciado en arte contemporáneo; es lo primero que pinta el aficionado que emprende, con mucho entusiasmo y muy poco conocimiento, la práctica de la pintura en una academia o siguiendo las indicaciones de un libro. Es un tema característico de cierta pintura superficial, cursi y complaciente. Es un auténtico tópico visual y, como tal, el jarrón de flores es denigrado y mirado con desconfianza, a priori, por los entendidos: artistas, críticos, téoricos del arte, profesores. Sin embargo, no puedo olvidar que pintores a los que admiro muchísimo han pintado flores: Van Gogh, Hokusai, Nolde, Mondrian, Warhol, Richter… Así, me planteo el reto de tomar esa imagen manida, gastada, y ver la posibilidad de hacer con ella algo personal, original y significativo.
Además, podría hablar de mi interés por lo decorativo; cómo el arte contribuye a la creación de un determinado ambiente, y cómo este ambiente altera de manera efectiva la vivencia del individuo. Siempre recuerdo la carta de Van Gogh en la que alude a la serie de los girasoles como “una decoración” que el pintor está preparando para hacer más agradable la estancia de Gauguin en la casa amarilla de Arlés.
Desde luego, no estoy interesado en pintar flores kitsch, no quiero integrar el mal gusto, ni jugar con códigos culturales asociados. Si fuese un artista posmoderno, tomaría la imagen de la flor y le añadiría algo en el tratamiento o en la temática que le diese un giro, despertando contenidos inquietantes, deconstruyendo el simbolismo de la flor y las ideologías implícitas. Pero, tristemente, no me apetece hacer ninguna de estas sofisticadas operaciones mentales, sólo quiero pintar las flores tal como las veo delante de mí.
Podría decir que me parece importante pintar las flores del natural, no a partir de fotografías. La percepción directa del objeto supera con mucho en intensidad y complejidad a cualquier imagen fotográfica. Quiero evitar la mediación que supone trabajar a partir de una imagen. Y aunque yo mismo transforme esa percepción en una nueva imagen, esta vez pictórica, la idea es que la obra producida transmita algo de esa cercanía conmovedora. 
Podría decir estas cosas, y tal vez algunas más, pero lo cierto es que no serían las verdaderas razones que me han llevado a pintar flores, sino tan sólo reflexiones posteriores, razonamientos que tienen sentido en un contexto de arte contemporáneo. 
Creo que el origen de estos cuadros está en una tarde, hace unos cinco años, en que mi mujer trajo a casa un ramo de flores y lo puso en un jarrón de cristal en la mesa del comedor. Esa temporada habíamos estado bastante decaídos; al entrar en casa y ver las flores en medio de la habitación, sentí una gran alegría. Irradiaban color y luz y me transmitían un estado de ánimo nuevamente optimista. Después, durante mucho tiempo, me he estado fijando en las flores que tienen en una pequeña tienda cerca del estudio, donde también venden frutas y verduras. Cada vez que pasaba por delante, pensaba “cómo me gustaría pintar un ramo de flores”. Pero algo me lo impedía. Puede que fueran prejuicios, o que no hubiese dado aún con la manera adecuada. Por fin, el otro día, al dar por terminada una serie de obras que estaba pintando para una exposición, salí del estudio, fui hasta la pequeña tienda, compré un ramo de claveles rojos, volví al estudio, los puse en un bote de cristal con un poco de agua y pinté mi primer cuadro de flores.”

Ignacio Pérez-Jofre


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