Parece que nos remontamos a las antiquísimas tradiciones sánscritas y tamiles. El dios Aiyanar cabalga por el día y la noche protegiendo las aldeas de los tamiles de demonios y malhechores. Para favorecer su labor se le proporcionan caballos de refresco en la región. Así, los sacerdotes ceramistas están encargados de levantar verdaderos prodigios únicos, en cuanto a su tamaño y su proceso, para que el dios pase lo más cerca de la aldea buscando un caballo y continuar su ruta de defensa. Lo acompaña un verdadero ejército de guerreros y compañeros de combate.
En primavera se celebran festivales en honor de Aiyanar. Entre las muchas ofrendas que recibe se le obsequia con figuras de terracota representando caballos, vacas, pollos, niños, escorpiones, camellos, elefantes, etcétera, de manera que el dios acepte resolver el inconveniente que en concreto preocupe a cada uno. Un Kodangi, poseído por el dios, escucha las súplicas e indica la ofrenda adecuada y el dios al cual rogar hasta el próximo festival, pero permanece impasible y mudo mientras las lágrimas ruedan por su rostro. Así recuerdo a Pallaniapan cuando recibió la ovación de todos durante el paripé de entrega de diplomas del concello. Espero que el caballo de Pallaniapan sea montado por el dios de ahora en adelante durante la noche, y proteja Nigrán de los sinvergüenzas e indeseables que ejercen en su término. No veas cómo lo espero.